El otro día mientras tomaba café con una amiga, ella me comentaba la necesidad de crear espacios para gritar, me dijo:
¿Te has dado cuenta de que no existen lugares para gritar?, ayer iba llegando a mi trabajo y necesitaba gritar, así que en el estacionamiento del mall, antes de entrar a la clínica, estaba sola y lo hice, grite, grite fuerte y seguí caminando, a esa hora de la mañana pasan pocas personas por ahí, así que pase piola y seguí a mi pega…
La verdad es que no me pareció importante en ese momento su comentario, pero unos minutos después cuando me dirigía a mi cátedra de DDHH, le di una vuelta y en clases y después de clases, me hacia sentido que no existiesen esos lugares tan necesarios para los individuos cuando entran en crisis o que quieren simplemente revelarse de algo. Fue tan revelador para mí esta necesidad, que recordé de inmediato una discusión que tuve hace un par de días donde sin reparar en daños insulte a un parcito de sujetos clasistas. Después de haberme cuestionado si había actuado bien o simplemente había sido un absurdo caer en ese tipo de juego, me di cuenta de la necesidad que tenía yo de gritar, es decir, de manifestar lo que pensaba de algunas cosas y por que no decirlo, de algunas personas también, en definitiva, de consignarnos a nosotros mismos el derecho de fastidio, de aburrimiento, un legitimo derecho que a veces no es bien mirado por la decorosa sociedad.
A propósito, siempre soñé con llegar a la universidad y lo complejo que debía ser discutir las universalidades de ideas que habían construido el camino del hombre en el mundo, sus ideologías o fundamentos filosóficos, pero al llegar a ella, comprendí mejor porque había sido derrotada la sociedad del pensamiento y había avanzado implacablemente la sociedad del consumo, como nos había dominando el sentido de serie de Warhol por sobre el ideológico de la bauhaus, como nos habían instruidos como simples consumidores y no como complejos ciudadanos, en definitiva comprendí, como se habían instalado en el mercado de la educación mundial los conceptos de dominación de la guerra fría, más bien conceptos, dogmas fundamentales del mundo contemporáneo y de la economía libre que proponen a un hombre más automatizado, dominado y vulnerado intelectualmente, que libre pensador y critico. Después de la década de los noventa por decisión de no sé quien (o más bien si lo sé), se estableció el criterio (dogma) de que ya no era el momento de las ideas transformadoras y creadoras de otros mundos, esas ideas se convirtieron en simples anhelos inalcanzables para hombres soñadores, poco prácticos, parece divertido y cruel mirar como no se debate en las universidades sobre que sociedad queremos construir, o en términos más teóricos, debatir sobre la economía de libre mercado y de ahí todas sus consecuencias de pobreza y desigualdad globalizada que producen en el mundo, entonces como no gritarles a esos profesores del mercado, que no todos estudian para ser ricos, autómatas e individualistas, sino que algunos también lo hacen para resolver otros sistemas alternativos al actual, que darían respuesta a la necesidad de millones y millones de personas que buscan sistemas más representativos de su propia realidad, sistemas que por ejemplo no marginaran a millones de jóvenes de ser parte de la sociedad de libres pensadores.
Y así fueron esas universidades del neomodernismo que se alejaron del mundo de las ideas y de la investigación de las mismas. En esas universidades donde no se practica la universalidad, sino más bien se pone en práctica el autoritarismo del profesor, su poder evangelizador, sólo se hace una lectura del mundo para el que trabajan y para el cual preparan al pupilo, en estas universidades se exhibe la historia de la izquierda como un estereotipo de derrota indiscutible, incomprensible, utópico, impráctico y a menudo burlesco, entonces ¿en qué podemos creer nosotros que no creemos en aquello? , y, ¿en qué debemos creer si nadie cree en lo nuestro y los nuestros tampoco creen?, y si las universidades son formadoras y creadoras de pensamiento, y los trabajadores, sus hijos y sus nietos no tienen acceso a esas universidades, ¿Quienes formarán y crearán otros pensadores?. Me refiero a los trabajadores de verdad.
Es por eso, que no paso por mi vida inadvertida la necesidad de gritar, esa inquietud de un amigo, esa exclamación la hago cada vez más mía, ¡gritar fuerte lo que no me gusta, que no estoy de acuerdo, que este sistema da asco, que es excluyente, clasista, cruel!… gritar… sólo eso, gritar, el derecho de gritar y manifestarse, que no se consagra en ninguna parte de nuestras vidas y que sólo le importa a un par de locos en un café.